DIEGO URBANO MÁRMOL
Iniciado el siglo XXI aparece un fuerte interés por el tema templario, gracias a la aparición de numerosas obras literarias.
A mí, sin embargo, el interés me vino por diferente vía. La noticia del hallazgo de un fragmento de un documento templario en el que aparecía la referencia -Encomienda de Castro del Río-. Esta información me llego de mano de un viejo comerciante granadino que lo había encontrado en el derribo de una casa solariega de esa capital.
¿Los templarios en mi pueblo?.
Tanto me llamó la atención que comencé a indagar.
Lo primero que descubrí fue una inscripción en piedra de una bula pontificia sobre ciertos beneficios al pueblo de Castro que se encuentra en el Museo Catedralicio de Ceuta. ¿Por qué beneficios a este pueblo?
Hasta la desaparición de los templarios, gran culpa tuvo el papa Clemente V, esta orden recibiría numerosos favoritismos de la iglesia.
Son muchos los autores que ubican una Encomienda en nuestro pueblo, otros sólo que tuvieron propiedades. Ahora bien, el dato más fidedigno lo aporta un manuscrito de Bartolomé Sánchez de Feria
Ya sabía que habían estado aquí, la cuestión ahora era descubrir como llegaron y el lugar donde se establecieron. Esta encomienda, de ser cierto, se convertiría en casi única en Andalucía y la más cercana al Islam en esos años de la reconquista.
En 1236 Fernando III ocupa Cordoba, la joya del antiguo califato, repartiendo algunos meses después más de 500 kilómetros cuadrados entre las órdenes que le habían apoyado. En este reparto fueron los templarios los más favorecidos.
En 1240 Castro del Río pasó a manos cristianas bajo pacto, manteniendo la extensión que había tenido en época musulmana. Como en la capital la mayor parte, sin duda, pasó a manos templarías aportando, a su ya rico patrimonio, una gran fortaleza rodeada de tierras muy fértiles
Castro se encontraba en vanguardia de los reinos cristianos frente a Granada, encontrándose en las vías de penetración de las rutas marcadas por el valle del Guadajoz. Lo que hacia necesario la presencia de estos monjes soldados acostumbrados a vivir en zonas fronterizas y de inestabilidad.
No conozco ningún trabajo de los realizados sobre nuestro Castillo o nuestra Parroquia que hable sobre sus orígenes templarios, sin embargo, las recientes obras de la Asunción habrían podido sacar a la luz un enterramiento templario en uno de los laterales del altar mayor. Era costumbre de ricos y nobles donar sus bienes a la orden para poder ser enterrados con las vestimentas del Temple.
En definitiva, continuaba sin encontrar un edificio para ubicar la encomienda al haber desaparecido todo vestigio de sus símbolos.
Buceando un poco más en las características y leyendas de esta orden, en sus mitos y en su posible parte esotérica, sólo podía imaginarme un lugar. ”EL GRAMALEJO”(Agramalejo).
El caserío del Gramalejo esta situado a unos dos kilómetros del pueblo, hacia la carretera de Doña Mencía –antiguo Camino de los Silos– y a pocos metros de las antiguas ermitas de Santa Rita y San Marcos. Enclavado en un cerro bien pronunciado, dotándole de un carácter vigía y defensivo.
En la ladera de este cerro se encuentra uno de los campos de silos mas importante de la zona y, aunque hoy están todos tapados, hasta hace pocos años se dibujaban algunos en la superficie; por la proximidad a varios yacimientos romanos hacen suponer que sean de esa época, siendo reutilizados en época medieval.
Las primeras noticias de este extraño lugar las tuve hace más de veintitantos años, las recuerdo perfectamente, sentados en círculo a la puerta de la casa Mendoza una noche de verano –seguramente imposibilitados al juego de correrías por culpa del calor– contando viejas historias. No consigo dibujar las caras de los contertulios y su situación en el corro, pero podría ponerles los nombres a todos. Eran “los de la villa”.
La primera historia hablaba de la prisión que sufrió Juana la Loca en un torreón del palacete donde estábamos apostados. Había pocos datos, pero que estuvo presa allí era seguro.
La segunda era más extensa y se acompañaba de una cantidad de datos impresionantes, además en este relato el narrador contaba con la ayuda de numerosos testigos. La casa del Gramalejo por lo visto era una casa misteriosa, habitada por duendes, martinillos o espíritus –aquí no había acuerdo general–. Los últimos propietarios tuvieron que abandonarla por la acumulación de fenómenos extraños, muebles que se movían, cajones que se abrían y cerraban, candiles que se encendían y apagaban, objetos que cambiaban de lugar etc. Incluso, ya deshabitada, muchas personas habrían visto, al volver del campo anocheciendo, movimientos de figuras y luces tras las ventanas.
La narración añadía que antaño fue un convento habitado por cinco monjes que fueron asesinados de forma violenta y por eso sus espíritus vagan por el recinto. Estos fueron enterrados a los pies del cerro y para señalar el lugar plantaron un pino encima de cada una sus tumbas. Cinco pinos formando una extraña figura geométrica. ¿Un pentágono?
Otra versión decía que era un rey el que allí estaba enterrado, en la cabeza y en cada extremidad habían plantado un pino. –Yo me quedo con la primera–.
Aquella noche, como no, se organizo una visita para la tarde del día siguiente.
Muchos, por lo visto, habían regresado antes de llegar; otros, por una apuesta, habían hecho el viaje solos; incluso uno, decían, lo hizo de noche. Pero era lógico. “Era el más valientes de la villa”. Salimos diez o doce, creo que todos íbamos armados; yo eche la mía, la del Ancla. Cogimos por el Camino de los Silos, al terminar la cuesta El Arca, ya se divisaba el edificio. Ya era imposible dejar de mirarlo. Seguía una pequeña recta y sobre la mitad, a la altura de un pilar de obra, –parte de un pórtico–, giramos a mano derecha, dejamos la carretera y entramos por un olivar en dirección a los pinos que destacaban sobre los olivos. Si pasabas de de allí eras casi un valiente.
Con graznidos nos recibieron los habitantes de un nido de grajos que había en la copa de uno de aquellos pinos, todos tragamos saliva, eso seguramente era el aperitivo. In situ comprobamos la forma tan extraña que producían los árboles.
Subiendo ya el último “pecho” –más bien parecía que íbamos a tomar un castillo– yo al menos iba perdiendo el miedo. Cuando llegamos por fin a la cima. ¡Sorpresa, no había nadie defendiendo el recinto! La vista era impresionante. Alguien golpeo el suelo para que escucháramos el eco ¡Oíd, como todo esto esta hueco! Efectivamente, esa era la sensación.
Al entrar en la casa nos encontramos un gran patio y a mano derecha una de las habitaciones que estaban techadas tenía escrita en sus paredes cientos de iniciales de anteriores visitantes, nosotros hicimos lo mismo. El guía nos llevo hacia una pared en la otra habitación cubierta, en ella, presuntamente, una pareja de la guardia civil dejó constancia de que había visitado el lugar tal día y tal hora, firmaba un cabo, dándole al asunto un carácter más oficial.
Todos guardabamos un gran respeto. A los espiritus no hay que molestarlos.
A pesar de todo repetí al menos cuatro veces más la expedición, la ultima, motivada por la noticia de la aparición de una pintura –al óleo– de un ser extraño, en unas de las paredes. El autor había dotado aquella figura diabólica de unos colores muy vivos e impactantes. Aquel día pensé que aquélla figura representaba al guardián del recinto. Hoy le pondría nombre a ese idolo. BAFOMET. No se si queda algo de aquella representación templaria, pero sería lastimoso que como obra de arte se hubiera perdido.
¿Por qué el autor –dicen que aún quedan templarios– quiso mantener y atizar la leyenda de ese lugar? ¿Qué estaba protegiendo?
El temple desaparece oficialmente en 1313 y en la peninsula ibérica no se persiguió con la misma violencia que en el resto de Europa. Veinte años después se producen unos acontecimientos en Castro que viene a demostrar que esos soldados de elite todavía perduraban en nuestra localidad. Muhamad IV sitia Castro con una gran hueste durante tres días sin conseguir tomarla. Parece casi imposible que esta fortaleza con más de cuarenta torres pudiera ser defendida con tan sólo trescientos hombres hábiles a no ser que parte de estos defensores fuesen un grupo de extemplarios.
Una vez expulsados los moriscos de Andalucía la razón de ser de estas órdenes militares tocó a su fin.
Muchos de los templarios, que fueron declarados inocentes, quedaron libres y recibieron un subsidio de los bienes que pertenecieran a la orden para terminar sus dias viviendo con dignidad manteniendo los tres votos monásticos.
Castro era el sitio perfecto para adoptar, tanto a los que se retiraron, como a los que se convirtieron en simple frailes. Y el Agramalejo era el sitio perfecto para pasar desapercibidos. Cerca a una importante vía de comunicación como era el camino hacia Granada, a solo un kilómetro del río, cerca del manantial de agua dulce del Arca –La Alcubilla–, junto a un montón de silos camuflados en la tierra, etc. Todo esto hacia que el lugar fuera el apropiado para instalarse para siempre y esconder su preciado tesoro.
Desconozco aún en cual de los importantes Cambios Sociales, que han ocurrido en los ultimos siglos, el lugar fue deshabitado.
A ciencia cierta puedo asegurar que el lugar esconde algo y está bien protegido.
He visitado el lugar despues de al menos venticinco años, me acompañaba mi tropa, armados con algunos palos que encontraron en el camino.
Solo quedan dos arboles, que por cierto, me ha corregido el Perito Centella, y "son cipreses".


Detalle del enlucido muro trasero.
