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Si notais que llevo mucho tiempo sin escribir, posiblemente me esté pasando la mismo que le ocurrió a García Birlán.
"El deber me ordena que os dedique esta crónica y la pluma se niega a escribirla. Se amontonan las notas en mi imaginación y la péñola no sabe darles forma. Esfuerzo el pensamiento, concibo ideas, bullen las palabras en la mente y aun permanecen blancas las cuartillas."

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¿Un cateto escribio esto?:

Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río , la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.

Cervantes en su vivir .

Jean Canavaggio

domingo, 12 de septiembre de 2010

Monaguillo antes que fraile.

Cambio generacional y tres nuevos monaguillos; entre ellos yo; estos cambio se producen con bastante frecuencia dentro de la oligarquía de la iglesia, de echo es el que mas se produce. La esperanza de vida del monaguillo es bastante corta, comparada con la de un hombre normal y corriente. Yo creo haber apurado hasta el máximo estos años. No recuerdo cuando ingresé en esta profesión, tampoco recuerdo cuando deserté.


No piensen ustedes que voy a narrar mi vida como monaguillo, pues no me acuerdo o no quiero acordarme de la mitad. Los acólitos tenemos como un pacto hecho, colgamos la túnica y dejamos la vivencia atrás. Es, como si fuera una sociedad secreta, si, si, ja, ja pero nadie cuenta nada.

Recuerdo a mi vecino Joaquín Salido el de los muebles de olivo (pienso que este pueblo está en deuda con él) decir: “Este nene va a llegar a ser obispo”; lo debió escuchar otro, por que cuando subo por la villa aun me lo dice. Otros aún , me siguen diciendo “Te tengo en mi Albun de fotos”, o “Tu ayudaste a casarme” etc.

Si me acordara podría escribir un libro con las historias, junto a mis compañeros, del club parroquial, la relación con colegas del Carmen, las visitas a las bóvedas y campanarios de las iglesias, de las pagas y las propinas etc. Pero mi inspiración me viene para contar el trabajo serio y responsable del monaguillo.

Para eso me esforzado en recordar a don Rafael Bravo (de este sacerdote digo lo mismo que de mi vecino; tener un hermano cura y además ser tú párroco o superior, no es algo normal) y una misa de cualquier día de invierno lluvioso; cortes de luces intermitentes, los toques de las campanas tirando de la soga y poca asistencia. Me decía “hoy la misa es en el sagrario, enciende los candelabros por si se va otra vez la luz”.

Preparaba la vinajera y su cáliz (que era uno de oro labrado), procuraba que el mantel estuviera estirado y derecho sobre la piedra de mármol; llevaba el misal y se lo habría por la pagina que tocaba (mas de una vez me equivocaba, pero el no decía nada). Entonces en aquel lugar tan recogido y silencioso, ponía uno oídos a las cartas de San Pablo a los romanos, las parábolas de San Mateo y esas historias que parecían estar leyendo una novela histórica.

Permitía que le preparáramos la ropa, cuando el color de la casulla cambiaba, te lo explicaba, hoy es de tal color por que estamos en esta fecha, etc. La de diario era la verde, siempre acompañada de su estola. Al abrir algunos de estos cajones gigantescos aparecían estos gorros tan raros que llevan los obispos, las mitras, las había de todos los colores y mas de una vez no las colocábamos en la cabeza.

Nos desarrollaba con mucha paciencia todo lo que “queríamos saber”, y fomentaba la utilización de objetos ya en desuso y que a nosotros nos llamaba mucho la atención, recuerdo una tabla de madera con muchos agarraderos metálicos y que al moverlo hacia bastante ruido, creo que se utilizaba para el día de los difuntos.

Terminada la misa se recogía el altar y la sacristía, se apagaban todas las luces de las capillas y se echaba el cerrojo; volver desde la puerta principal hasta la salida con todo oscuro era de valiente con esas edad; si mirábamos hacia las capilla veíamos alguna imagen levemente iluminada por las velillas; y era peor. Salíamos por la sascritia hacia el llano san Rafael en el que no se veía un alma.



Al final de mes se preocupaba de tener el sueldo preparado en sobres para los tres. En el mío ponía. Acólito Diego Luis.

Diego L. Urbano Mármol.