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Si notais que llevo mucho tiempo sin escribir, posiblemente me esté pasando la mismo que le ocurrió a García Birlán.
"El deber me ordena que os dedique esta crónica y la pluma se niega a escribirla. Se amontonan las notas en mi imaginación y la péñola no sabe darles forma. Esfuerzo el pensamiento, concibo ideas, bullen las palabras en la mente y aun permanecen blancas las cuartillas."

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¿Un cateto escribio esto?:

Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río , la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.

Cervantes en su vivir .

Jean Canavaggio

lunes, 16 de marzo de 2009

El Quinto Pino

El quinto pino
DIEGO URBANO MÁRMOL
Iniciado el siglo XXI aparece un fuerte interés por el tema templario, gracias a la apari­ción de numerosas obras literarias.
A mí, sin embargo, el interés me vino por diferente vía. La noticia del hallazgo de un fragmento de un docu­mento templario en el que aparecía la referencia -Encomienda de Castro del Río-. Esta información me llego de mano de un viejo comerciante granadino que lo había encontrado en el derribo de una casa solariega de esa capital.
¿Los templarios en mi pueblo?.
Tanto me llamó la atención que comencé a indagar.
Lo primero que descubrí fue una inscripción en piedra de una bula pontificia sobre ciertos be­neficios al pueblo de Castro que se encuentra en el Mu­seo Catedralicio de Ceuta. ¿Por qué beneficios a este pueblo?
Hasta la desaparición de los templarios, gran culpa tuvo el papa Clemente V, esta orden recibiría nume­rosos favoritismos de la iglesia.
Son muchos los autores que ubican una Encomien­da en nuestro pueblo, otros sólo que tuvieron propieda­des. Ahora bien, el dato más fidedigno lo aporta un manuscrito de Bartolomé Sánchez de Feria , en el que hace referencia a las propiedades de la orden en nuestra villa.
Ya sabía que habían estado aquí, la cuestión ahora era descubrir como llegaron y el lugar donde se esta­blecieron. Esta encomienda, de ser cierto, se convertiría en casi única en Andalucía y la más cercana al Islam en esos años de la reconquista.
En 1236 Fernando III ocupa Cordoba, la joya del antiguo califato, repartiendo algunos meses después más de 500 kilómetros cuadrados entre las órdenes que le habían apoyado. En este reparto fueron los templarios los más favorecidos.
En 1240 Castro del Río pasó a manos cristianas bajo pacto, mante­niendo la extensión que había tenido en época musulmana. Como en la capital la mayor parte, sin duda, pasó a manos templarías aportando, a su ya rico patrimonio, una gran fortaleza rodeada de tierras muy fértiles
Castro se encontraba en vanguar­dia de los reinos cristianos frente a Granada, encontrándose en las vías de penetración de las rutas marcadas por el valle del Guadajoz. Lo que hacia necesario la presencia de estos monjes soldados acostumbrados a vivir en zonas fronterizas y de ines­tabilidad.
No conozco ningún trabajo de los realizados sobre nuestro Castillo o nuestra Parroquia que hable sobre sus orígenes templarios, sin embargo, las recientes obras de la Asunción habrían podido sacar a la luz un en­terramiento templario en uno de los laterales del altar mayor. Era costum­bre de ricos y nobles donar sus bienes a la orden para poder ser enterrados con las vestimentas del Temple.
En definitiva, continuaba sin encontrar un edificio para ubicar la encomienda al haber desaparecido todo vestigio de sus símbolos.
Buceando un poco más en las ca­racterísticas y leyendas de esta orden, en sus mitos y en su posible parte esotérica, sólo podía imaginarme un lugar. ”EL GRAMALEJO”(Agramalejo).
El caserío del Gramalejo esta situado a unos dos kilómetros del pueblo, hacia la carretera de Doña Mencía –antiguo Camino de los Si­los– y a pocos metros de las antiguas ermitas de Santa Rita y San Marcos. Enclavado en un cerro bien pronun­ciado, dotándole de un carácter vigía y defensivo.
En la ladera de este cerro se en­cuentra uno de los campos de silos mas importante de la zona y, aunque hoy están todos tapados, hasta hace pocos años se dibujaban algunos en la superficie; por la proximidad a varios yacimientos romanos hacen suponer que sean de esa época, siendo reutilizados en época medieval.
Las primeras noticias de este extraño lugar las tuve hace más de veintitantos años, las recuerdo perfecta­mente, sentados en círculo a la puerta de la casa Mendo­za una noche de verano –se­guramente imposibilitados al juego de correrías por culpa del calor– contando viejas historias. No consigo dibujar las caras de los contertulios y su situación en el corro, pero podría ponerles los nombres a todos. Eran “los de la villa”.
La primera historia hablaba de la prisión que sufrió Juana la Loca en un torreón del palacete donde estábamos apostados. Había pocos datos, pero que estuvo presa allí era seguro.
La segunda era más extensa y se acompañaba de una cantidad de datos impresionantes, además en este relato el narrador contaba con la ayuda de numerosos testigos. La casa del Gramalejo por lo visto era una casa misteriosa, habitada por duendes, martinillos o espíritus –aquí no había acuerdo general–. Los últimos propie­tarios tuvieron que abandonarla por la acumulación de fenómenos extraños, muebles que se movían, cajones que se abrían y cerraban, candiles que se encendían y apagaban, objetos que cambiaban de lugar etc. Incluso, ya deshabitada, muchas personas habrían visto, al volver del campo anocheciendo, movimientos de figuras y luces tras las ventanas.
La narración añadía que antaño fue un convento habitado por cinco monjes que fueron asesinados de forma violen­ta y por eso sus espíritus va­gan por el recinto. Estos fue­ron enterrados a los pies del cerro y para señalar el lugar plantaron un pino encima de cada una sus tumbas. Cinco pinos formando una extraña figura geométrica. ¿Un pentágono?
Otra versión decía que era un rey el que allí estaba enterrado, en la cabeza y en cada extremidad habían plantado un pino. –Yo me quedo con la primera–.
Aquella noche, como no, se orga­nizo una visita para la tarde del día siguiente.
Muchos, por lo visto, habían re­gresado antes de llegar; otros, por una apuesta, habían hecho el viaje solos; incluso uno, decían, lo hizo de noche. Pero era lógico. “Era el más valientes de la villa”. Salimos diez o doce, creo que todos íbamos armados; yo eche la mía, la del Ancla. Cogimos por el Camino de los Silos, al terminar la cuesta El Arca, ya se divisaba el edificio. Ya era imposible dejar de mirarlo. Seguía una pequeña recta y sobre la mitad, a la altura de un pilar de obra, –parte de un pórtico–, giramos a mano derecha, dejamos la carretera y entramos por un olivar en dirección a los pinos que destacaban sobre los olivos. Si pasabas de de allí eras casi un valiente.
Con graznidos nos recibieron los habitantes de un nido de grajos que había en la copa de uno de aquellos pinos, todos tragamos saliva, eso seguramente era el aperitivo. In situ comprobamos la forma tan extraña que producían los árboles.
Subiendo ya el último “pecho” –más bien parecía que íbamos a tomar un castillo– yo al menos iba perdiendo el miedo. Cuando llegamos por fin a la cima. ¡Sorpresa, no había nadie defendiendo el recinto! La vista era impresionante. Alguien golpeo el suelo para que escucháramos el eco ¡Oíd, como todo esto esta hueco! Efectivamente, esa era la sensación.
Al entrar en la casa nos encontra­mos un gran patio y a mano derecha una de las habitaciones que estaban techadas tenía escrita en sus paredes cientos de iniciales de anteriores vi­sitantes, nosotros hicimos lo mismo. El guía nos llevo hacia una pared en la otra habitación cubierta, en ella, presuntamente, una pareja de la guardia civil dejó constancia de que había visitado el lugar tal día y tal hora, firmaba un cabo, dándole al asunto un carácter más oficial.
Todos guardabamos un gran respeto. A los espiritus no hay que molestarlos.
A pesar de todo repetí al menos cuatro veces más la expedición, la ultima, motivada por la noticia de la aparición de una pintura –al óleo– de un ser extraño, en unas de las paredes. El autor había dotado aquella figura diabólica de unos colores muy vivos e impactantes. Aquel día pensé que aquélla figura representaba al guardián del recinto. Hoy le pondría nombre a ese idolo. BAFOMET. No se si queda algo de aquella representación tem­plaria, pero sería lastimoso que como obra de arte se hubiera perdido.
¿Por qué el autor –dicen que aún quedan templarios– quiso mantener y atizar la leyenda de ese lugar? ¿Qué estaba protegiendo?
El temple desaparece oficialmente en 1313 y en la peninsula ibérica no se persiguió con la misma violencia que en el resto de Europa. Veinte años después se producen unos acontecimientos en Castro que viene a demostrar que esos soldados de elite todavía perduraban en nuestra localidad. Muha­mad IV sitia Castro con una gran hueste durante tres días sin conseguir tomarla. Parece casi imposible que esta fortaleza con más de cuarenta torres pudiera ser defendida con tan sólo trescientos hombres hábiles a no ser que parte de estos defensores fuesen un grupo de extemplarios.
Una vez expulsados los moriscos de Andalucía la ra­zón de ser de estas órdenes militares tocó a su fin.
Muchos de los templarios, que fueron declarados inocentes, que­daron libres y recibieron un subsidio de los bienes que pertenecieran a la orden para terminar sus dias viviendo con dignidad manteniendo los tres votos monásticos.
Castro era el sitio perfecto para adoptar, tanto a los que se retiraron, como a los que se convirtieron en simple frailes. Y el Agramalejo era el sitio perfecto para pasar desaper­cibidos. Cerca a una importante vía de comunicación como era el camino hacia Granada, a solo un kilómetro del río, cerca del manantial de agua dulce del Arca –La Alcubilla–, junto a un montón de silos camuflados en la tierra, etc. Todo esto hacia que el lugar fuera el apropiado para ins­talarse para siempre y esconder su preciado tesoro.
Desconozco aún en cual de los importantes Cambios Sociales, que han ocurrido en los ultimos siglos, el lugar fue deshabitado.
A ciencia cierta puedo asegurar que el lugar esconde algo y está bien protegido.


He visitado el lugar despues de al menos venticinco años, me acompañaba mi tropa, armados con algunos palos que encontraron en el camino.
Solo quedan dos arboles, que por cierto, me ha corregido el Perito Centella, y "son cipreses".


Detalle del enlucido muro trasero.