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Si notais que llevo mucho tiempo sin escribir, posiblemente me esté pasando la mismo que le ocurrió a García Birlán.
"El deber me ordena que os dedique esta crónica y la pluma se niega a escribirla. Se amontonan las notas en mi imaginación y la péñola no sabe darles forma. Esfuerzo el pensamiento, concibo ideas, bullen las palabras en la mente y aun permanecen blancas las cuartillas."

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¿Un cateto escribio esto?:

Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río , la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.

Cervantes en su vivir .

Jean Canavaggio

domingo, 13 de septiembre de 2009

La Muerte de un Guerrero




En memoria de mi amigo Minuto, compañero de tertulia, vino y chinos durante muchos sabados.

LA MUERTE DE UN GUERRERO.


En el ejercicio de mi profesión, que por entonces era la de guía y protector de mercaderes por esta zona de la Betica hacia el mar, tuve la suerte de escoltar una caravana de aceiteros que viajaban hacia el puerto de Gadir, digo la suerte, por que en ella me encontré a un viejo amigo. Los dos habíamos servido en la gran hueste libertadora de la península Ibérica.
Nos costo reconocernos, pues ahora, aunque había pasado poco tiempo, nuestro aspectos había cambiado, al menos en lo superficial. Nos habíamos arreglado el pelo y nuestro ropajes a modo de túnicas (no eran del mismo material que la de los romanos, pero se les iban pareciendo en las hechuras), la ausencia de brazaletes y símbolos, nuestro calzado muy perfeccionado en forma de sandalia y un brillante medio casco de cobre, muy diferente a los oscuros de cuero que utilizábamos meses antes. Además habíamos ganado algunos kilos, que al menos en mi caso, se habían alojado debajo de mi pecho.
Corría por entonces tiempos de desconfianza y ninguno de los dos nos atrevíamos a pronunciarnos.
El caminar cansino de las mulas nos permitió en la primera jornada observarnos y recopilar detalles. Las formas de montar y desmontar, el descubrimiento de vez en cuando de una cicatriz, el manejo de arreos y armas (aunque estas fueran ahora mas cortas y ligeras), y sobre todo por el estado de alerta que demostrábamos, aunque nos encontráramos en un territorio pacificado.
Llegada la noche, nos dispusimos para que en la hoguera cayéramos juntos, y así fue, solo nos hizo falta el resplandor del fuego en nuestras caras y la carencia de esos disfraces de latinos para sentirnos como antes.
Fuimos guerreros en el ejército de Viriato, bajo el mismo estandarte. El de El Jabalí.
Hablamos toda la noche del pasado y de cómo caímos en desgracia.
Era inevitable que saliera su nombre. Castúlo.
Solo nombrarlo, me abordó, invitándome a realizar los ritos funerarios la noche siguiente. Sabíamos los dos, que de no hacerlo, jamás descansaríamos en paz.
Pocas horas después retomamos la marcha, nuestros ojos no demostraban cansancio ni falta de sueño, si no al contrario.
Durante todo el día, cabalgado juntos, fui explicándole a Obulcón de como fue mi ingreso en el ejército del Caudillo Lusitano.
Castúlo le decía, a pesar de su juventud había demostrado valentía en el campo de batalla y una gran capacidad para influir en la moral de los hombres, manteniendo el grupo del Jabalí muy disciplinado. La justicia era verdaderamente su bandera.
Esas virtudes le valieron para pertenecer al grupo de jefes de confianza.
Viriato ese invierno, se había desplazado desde Ituci hacia Almedinilla, allí decían estar los guerreros mas fieros de la betica. En su camino acampo junto a Torrepadones. Pues no podia continuar la marcha sin antes hacer una ofrenda a los dioses de este santuario.
El Jefe sabía que Castúlo era nacido en estos contornos, así que lo envió a visitar las aldeas de alrededor para captar nuevos seguidores.
Se presento una mañana y reunió al grupo de ancianos que dirigían esta ciudad. Estos dieron la autorización, se entrevisto con los jóvenes de la comarca; yo lo conocía por haber jugado de pequeño con el. La diferencia de edad podría ser de un año, pero su cuerpo curtido en la batalla le daba un aire de más mayor.
Sus dotes de convicción y su cualidades organizativas le valieron para regresar al campamento de Viriato con una treintena de jóvenes entre ellos iba yo. Todos hambrientos de lucha por la libertad, máxime cuando los ibéricos habíamos gozado históricamente de ella.
A la llegada al campamento nos indico que podríamos unirnos al grupo que quisiéramos, casi todos se dejaron influir por los reclamos, plumas de colores y pieles colgaban alrededor de cada estandarte; yo me quede en su grupo más bien por amistad. Su estandarte era el menos llamativo, tan solo la figura de un jabalí, de este solo era llamativo los grandes colmillos del marrano.
Al lado de este grupo se encontraba una tienda bastante humilde. De ella salio un hombre. Se dirigía a darse un baño en la fuente sagrada que había debajo del santuario.
Ese es Viriato, me comento Castúlo. Se estaba preparando para ofrecer su vieja yegua en sacrificio a los dioses. Castúlo me invito a mí y a Obulcón a pertenecer al grupo de los invitados a la ceremonia.
La sacerdotisa abrió en canal a la vieja y valiente yegua, metió las manos en las entrañas sacando en cada una de ellas un corazón.
Antes que la imaginación de nosotros volara y la sacerdotisa interpretara aquello como un mal presagio, Viriato con un gesto, dio por finalizada la ofrenda se levanto y dijo en voz alta “Todos los Guerreros ibéricos tenemos dos corazones”.
Al día siguiente Viriato llamo al grupo del jabalí, y nos comunico la noticia de un emisario.” Cartago ha caído, ahora toda la presión de los romanos caerá sobre nosotros”.
La guerra se endureció, ahora los únicos momentos que tenia para hablar con Castúlo, era en nuestro descansos nocturnos delante de la hoguera. Desde allí veíamos arder las piras funerarias de otros guerreros. “Cada tribu Véntipo tiene unas creencias me decía, unas enbardunan el cuerpo con aceites y perfumes, otras queman el cuerpo junto a sus armas, los Vastures recogen las cenizas y las entierran en urnas, pero pienso yo, que lo importante es el recuerdo, el olvido es nuestro peor enemigo”. Pese a nuestra juventud habíamos visto caer a muchos en la batalla, aunque siempre nos causaba tristeza, aun más cuando era uno de nuestro grupo o de nuestro pueblo. Me dijo para que no me sintiera deprimido, cuando era yo el que daba muerte, que los invasores no tenían alma, que ellos rendían solo culto a su cuerpo, así que cuando morían frente a ti , se acababa su existencia.
Pocos meses antes rendimos honores a uno de los guerreros de nuestra ciudad, Carbuló, lo hicimos a nuestra manera con poca ceremonia; y como siempre recordando sus hazañas.
Pocos días antes del desastre final, andábamos desorganizados, sin tregua para recomponernos por culpa de la Legión X. Nos enteramos Obulcón y yo de tu suerte, nos invadió una tristeza que no pudimos asimilar por culpa de la lucha, no teníamos tregua. No pudimos recoger tu cuerpo ni los despojos de nuestro ejército. Viriato había muerto, y no conseguimos recuperarnos. Después de tantas Victorias, tuvimos que soportar la gran derrota.
Nos alejamos un poco del grupo, y arropando unas cuantas hojas hicimos una pequeña candela y arrojamos en ella nuestros amuletos, no había difunto, ni armas, tampoco ninguna tribu velando el cuerpo, pero yo sabia, que esa poca cantidad de humo era suficiente para ayudar a su espíritu a viajar junto a sus antepasados...


Hoy nos encontramos de nuevo dos viejos amigos. Sobreviviendo de la mejor manera, que es adaptándonos a los nuevos tiempos, ahora conocemos algunas palabras en latín. Pero te rendimos los Honores más arcaicos y los que más te gustaban. La Supervivencia de tus hazañas.
Diego L. Urbano Mármol
Nota: Cuando hago referencia a dos corazones, tambien trato de recordar a Vanesa, su hija. Juntos iniciaron el viaje, para encontrarse con sus antepasados
El otro guerrero muerto(Carbuló) es Vicente Ortiz(el último bohemio de este pueblo) fallecido unos meses antes.



Preparados despues de la Victoria para el reparto de un Botin de Guerra(en este caso fue un pleno al 15 en la quiniela)