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lunes, 17 de mayo de 2010
Matómela un Ballestero. !Déle Dios mal galardón!
Dice un viejo cuento de Fantasmas, que cuando un Fantasma recuerda pasajes de su primera vida se encuentra en sus últimos cincuenta años de existencia.
Los hombres tenemos dos vidas.
Eso me está ocurriendo. En mi segundo ciclo vital estoy recordando del primero.
Yo viví mi primera vida como escudero de un Fantasma, o sea, que ya había muerto una vez.
No me habló nunca de su primera vida; recuerdo habedle preguntado en cierta ocasión y se enfureció bastante.
Era muy aprensivo y recordar la primera le resultaba de mal agüero.
En su última vida logró numerosos existos como Caballero del Temple, prior de la encomienda del Agramalejo y defensor de la torre vigésimo novena de la fortaleza de Castro del Río.
Esa torre, que ahora recuerdo, está junto al palacio de los duques de Medinaceli, formando un bello rincón. Llamado de los Chistes.
Mira hacia las huertas más fértiles de todo el valle del Guadajoz y la calle Cuchilleros.
Mantener la Torre (en su época) era nuestro trabajo; mi señor con su Espada, yo con la limpieza de armas y arreos. Los demás peones(cinco), mantenían en estado perfecto las almenas, paredes, el abastecimiento de proyectiles de piedra, balas de paja lista para incendiar y agua.
Con el alimento teníamos más suerte en el reparto. De nuestra torre salía un túnel secreto hacia el río, de hay la situación estratégica de la Torre y su importancia.
De nosotros dependía toda la fortaleza en época de asedio. El túnel nos garantizaba alimentos frescos.
Vistiendo a mi señor una tarde de primavera, luego de darse un baño en el río. Escuchamos una partida de a caballos.
Me apresuraba tirando de las correas de cuero para colocarle las defensas, cuando un jinete vino sobre nosotros, clavándome una pica por la espalda. Con tanta fuerza que atravesó mi cuerpo y rompió el corazón de mi señor.
El cruzado desapareció para siempre.
Yo disfruto la segunda lejos de guerras.
He leído que la villa no se tomó; la torre como vemos sigue en pie, y es sin duda por que no encontraron el pasadizo.
Ahora cuando veo la plaza del Rey Fernando libre de hierbas y forrajes, recuerdo aquellos momentos tan gloriosos.
Al recordar estaré agotando los últimos cincuenta años de mi vida. Pero es ley de segundas vidas
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