Mi amigo Picholas afilador de postín. |
Los de mi generación hemos asistido al declive y desaparición de los vendedores ambulantes, al menos en el formato que vamos tratar; cabe recordar formulas de ventas modernas con alarmas sonoras, ventas a domicilio o venta en zonas costeras por parte de inmigrantes; muchas veces manipulados por grupos organizados, de material de bazar, cd piratas y artículos proveniente de oriente.
El asentamiento de numerosos gremios, el abandono por desuso de ciertas actividades y una legislación cada vez más vigilante con el comercio han dado al traste con los pregoneros callejeros. Estos voceadores de su actividad, de arreglos, compra-venta en incluso cambios, solían ser personas que se desplazaban de otras localidades, aunque también los había locales, realizaban un comercio nómada en diferentes estaciones del año, llegándose a familiarizar voz, tono y la entonación con el producto a tratar y con la faena a realizar en ese periodo.
El silencio de las calles; de por entonces, propiciaba la expansión de los anuncios aunque el pregonero no gozara de una voz privilegiada.
Desde sus inicios el anunciante a través de sus pregones era capaz de trasmitir al público alguna oferta o alguna novedad. Este tipo de anuncio hecho de viva voz con el tiempo empezó incluir un acompañamiento o deje musical. Desde la época romana se conocen las peripecias de los pregoneros, los “Strilloni” comunicaban información y publicidad comercial.
El carácter andaluz aportaba a este canto llano bastante fuerza y cierta gracia. Según el poeta Salvador Guillen ""el pregón, aunque sencillo, breve, evanescente casi es un arte que tiene forzosamente que gustar a todos porque su misión de reclamo así lo exige"". Estos pregones fueron utilizados por cantaores de renombre: Vallejo, Manolo Caracol, Pepe Pinto, El Lebrijano y otros, con mayor o menor fortuna para introducirlos como letra en sus cantes y fueron el inicio de estilos flamencos de importancia como es el caso –sostienen algunos teóricos- del cante por Jaberas en Málaga.
Recuerdo el mercado de abastos de nuestro pueblo sito en la cuesta de Los Mesones, cuando recientemente reformado se encontraba en pleno apogeo; dividido en dos plantas, con las frutas y verduras en la parte superior y la carne y el pescado en la inferior, entre el ruido que producía el bullicio resaltaban la voz de los vendedores de los puestos reclamando la atención del personal. Numerosos ayuntamientos se vieron en la obligación de regular estas prácticas tan ruidosas porque bastantes veces terminaban en bronca.
No voy a seguir un orden, por no recordar el momento del año en que aparecían estos comerciantes, así que voy escribiendo según me vaya viniendo a la memoria. Sin duda por lógica es fácil asociar algunos productos como la cal, en tiempo de cuaresma.
Eso pasaba con el vendedor que anunciaba ¡A la brasa y al picón!,¡ Brasa y picón!., que cuanto más bajas eran las temperaturas más vendían.
Una voz más aguda femenina gritaba: ¿Hay algo que arreglar? o algo parecido a esto:¨!Iranna caluré, se arreglan ollas, peroles y paraguas viejos¡.
Al mismo tiempo, creo recordar, que la misma persona anunciaba la ¡Cal de piedra! o el mantillo ¡Tierra negra!". En cada lado del serón del borrico portaba el diferente material o es posible que alternara las visitas con cada tipo de mercancía.
Un camión cargado de grandes jaulones de barrotes de madera no dejaba de dar vueltas por la población hasta deshacerse de sus moradores. Gritando: ¡Pollos!, ¡pollos de las patas godas!, ¡ Gallinas!, ¡gallinas ponedoras!, ¡pavos!, ¡pavos gigantes!, ¡pavos que llegan a pesar 25 kilos!.
El sonido del chiflo del afilador de grave a agudo y viceversa al inicio y al final de esta frase: "¡se afilan los cuchillos, las tijeras y las navajas! ¡María!. "
¡Se compra el oro y la plata vieja!" o el que gritaba "¡se compra la lana vieja!”, alguna rentabilidad encontrarían en “lo viejo”.
Con ganas me quedaba de hacer trato cuando escuchaba "¡Al cambio cruo!" Mi madre rara vez accedía a nuestras pretensiones de lo que a priori resultaba ser un negocio seguro. El cambio de una medida de garbanzos crudos por otra igual de tostados.
No escuché la cancioncilla del "tío las piñas", pero si sabía que había estado por el pueblo, recuerdo a mi abuelo encender una candela en el patio del fondo y echar las piñas para sacarles los piñones, estaban riquísimos. Hace un tiempo Luis de Córdoba hacia una versión de este pregón, se titulaba “Uni, doli, treli” :
Niños y niñas, llorar por piñas
tirarse al suelo, romper el babero,
que vuestras madres os den el dinero.
Niñas las piñas, con su cabito,
para los niños que son chiquitos.
4 comentarios:
Mi infancia fue en Valencia ciudad, y aunque diferentes si recuerdo, las ofertas del afilador, el que arreglaba culos de sillas, el trapero que cambiaba botellas y botes, y trapos por platos de loza, el que vendía churros, y agua helada con cebada, el de las lañas, como tu dices, y sobre todo me encantaban los "charlatanes" vendiendo variedad de inventos caseros, como en el oeste.
Cuando yo era pequeña y salía de paseo con mis padres y mi hermano, había un señor mayor que voceaba ¡Hojaaaaldres y bizcochas!
Llevaba un canasto lleno de estos dulces y a los niños nos compraban uno para merendar mientras paseábamos. Lo que no recuerdo es si esto era en alguna fecha concreta o todos los festivos por la tarde.
Un saludo
Tenemos la suerte de gozar de nuestra memoria para poder deleitarnos con nuestras vivencias. No me quedó nada de lo malo, nada más que vago recuerdo. Sin embargo entre hueco y hueco de los nubarrones políticos nos permitimos unas pinceladas agradables del pasado. Chímpón(con dos tildes).
Pd: Voy a dejarlo ya, que me doy miedo con la vena filosófica con la que me he levantado esta mañana..jejej
Diego, he disfrutado con la calidad de tu entrañable entrada. El afilador era mala suerte no verlo cuando escuchabas la flauta característica (no era flauta. En Córdoba había muchos y en el fondo los pregones son precursores de la publicidad actual, de la cancioncilla pegadiza que incitaba a comprar. ¡Se compran trenzas de pelo! ¡Niños el cokichibirikoki! (Una especie de barquillo); el feo de los globos, que cambiaba globos por botellas de vidrio, y pregonaba con el altavoz de un antiguo gramófono. La arena, el mantillo, el latonero, que arreglaba las ollas y hacía vasitos de las latas de leche condensada, y cuando pasaba un avión decía ¡Hasta donde hemos llegado los metalúrgicos!, etc etc. etc. Luego estaba el de la cabra, o los cantantes callejeros. Ahora solo nos queda el camión del tapicero. Un abrazo Diego y enhorabuena.
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