Desde a
mediados del siglo del XIX una serie de visitas de personajes en el ámbito
histórico han ido confeccionando el mapa arqueológico del término de Castro del
Río.
En el año 1863
el coronel Stoffel bajo el patrocinio de Napoleón III visita la comarca en
busca de los sitios que intervinieron en
la célebre batalla de Munda. Confeccionó mapas de índole militar para
comprender los movimientos de las tropas y las estrategias de ambos bandos en
base a una serie de yacimientos descubiertos o conocidos de los eruditos
locales.
Por la misma
razón a finales del primer cuarto del siglo XX el arqueólogo alemán Schulten
visita la zona para intentar situar el campo Mundensis conociendo los lugares
que le mostraban alrededor de Ategua y de los llanos de Banda. Fue situando los
nombres obtenidos de las crónicas de los días de guerra, El bellum Hispaniense.
El resultado
de ambas expediciones fue el mismo, situaron Munda en Montilla y la batalla en los llanos de Banda. Hoy en
día ya no se defiende esa ubicación. Estos trabajos, por otro lado, sirvieron
para catalogar bastantes yacimientos.
No fue hasta
la década de los setenta cuando se retoman los trabajos, más o menos
importantes, de carácter arqueológicos,
esta vez de la mano del arqueólogo y poeta
cordobés Juan Bernier, que apoyado por eruditos locales, como José
Navajas en Castro del Río van realizando un estudio visual y de documentación de artefactos encontrados en
superficie, de esta manera se va completando la carta de los yacimientos más
importantes de la localidad. Al igual que los anteriores Bernier trató de
situar los lugares descritos en la memoria de la batalla. Cabe recordar que
aunque la batalla final no se hubiera desarrollado en los llanos de Banda, en
nuestro entorno si desarrolló el preámbulo.
Siguiendo la
estela de Bernier un grupo de sus acólitos naturales de Doña Mencía desarrollaron labores de catalogación de
yacimientos, tal es así que en el ABC de 20/07/1968 aparece la noticia del
descubrimiento por parte de este grupo de un recinto fortificado de época
Ibérica en el cortijo de Doña Esteban.
Como no
podía ser de otra manera en nuestro pueblo también existieron algunos de estos
grupos. Uno ligado a la OJE, el otro cercano al Jucad Club. Al no tener estos
grupos estructuras solidas los resultados de los trabajos que pudieran haber
acometido quedaron para conocimiento personal. Hoy en día tan solo la presencia
de algunas piezas en la vitrina del ayuntamiento demuestra la existencia de
estos, amén de algunas informaciones aportadas en numerosas publicaciones a modo individual.
Lo cierto
que la carta arqueológica castreña gracias a unos o a otros está totalmente
confeccionada.
Yo pertenecí
a unos de estos grupos de aficionados a la arqueología. Este pertenecía a una
rama de un grupo muy activo de Aire Libre llamado Estafilococos perteneciente a la OJE, y no era raro
compaginar tirolinas entre eucaliptos en las alamedas del pueblo, rapeles en el
peñón de Guta o en el puente de la Rejelguera, espeleología en la cueva del
Yeso, acampadas en los lugares más emblemáticos de la comarca, entre ellas en
Torreparedones o visitas a numerosos yacimientos
de la localidad, esta última actividad era la menos numerosas de asistentes, los
fijos Miguel Alba y un servidor. Recogíamos cerámicas, tégulas y trozos de
mosaicos etc, y alguna monedilla de la colección del Tesafilm, que guardábamos
en un inmenso almario acristalado. Una vez fuimos a recoger una gran base de
columna que había en un camino con un carrillo de obra, turnándonos entre cinco
o seis conseguimos llevarlo hasta la nuestro local en la calle Tercia(se ha
mantenido ahí hasta que se construyó el nuevo edificio de la biblioteca),
¡pesaba tanto que hasta los hierros del carrillo se doblaron!.
En nuestras
excursiones arqueológicas solíamos
recoger cerámicas en superficies para poder situarlos en los diferentes
contextos históricos (las básicas para cada época: pintadas, sigillatas, con
barniz etc...).
La lástima
es que por entonces no teníamos la sensibilidad de recoger anotaciones y
nuestro trabajo quedó estéril salvo algunas aportaciones verbales a
profesionales o algún trozo de togado (estatuas) o de mosaico que aún podemos ver en alguna institución.
Uno de estos
lugares que visitamos con más frecuencia,
y que por aquellos años estaba en boga, era el de la zona del Cerro del
Cabezo de Córdoba.
Al menos
participé en cuatro excursiones al terreno,
el trayecto se solía hacer andando; una vez lo hicimos en bicicleta (pero quizá
fuese igual de duro). El trayecto era de unos 7 Km y lo normal era que
regresáramos a las horas de estar por allí, salvo una acampada que realizamos a
primeros de febrero el día de la candelaria recién estrenado los años 80.
Aquella noche dormimos en la cumbre de aquel impresionante mogote visionando un
paisaje maravilloso con los pueblos de alrededor al fondo. Aquel día
descubrimos los motivos de la no continuación del hábitat de aquel altozano. El
viento y el frio no cesaron de obligarnos a rendir nuestra posición.
La última vez que anduve por aquellos
yacimientos hacia de guía del malogrado arqueólogo castreño Manolo Carrilero.
Esta zona de
la campiña estuvo muy poblada desde la prehistoria, gozaba de buenas vistas,
sal y potentes tierras de labor.
A principios
de los años 80 del siglo pasado Bernier Luque
publica Nuevos yacimientos arqueológicos de Córdoba y Jaén y es en este trabajo donde nos presenta
oficialmente la fortificación del cerro del Cabezo.
Por esa época varios grupos de arqueología
realizan actividades en el entorno. El otro grupo de Castro está realizando
unas actividades de limpieza en una fortificación a los pies del Cabezo, al
otro lado del arroyo en un pequeño cerrillo llamado el Arenal. Retirando malezas
y piedras dejaron a la vista una hermosa construcción ciclópea. Este recinto es
unas de las peculiaridades más significativas de la importancia de este
territorio ya que a menos de 1 Km en línea resta nos encontramos dos
fortificaciones que posiblemente coincidieran en época prerromana.
Unos años antes el grupo del museo arqueológico de Doña Mencía realiza
el hallazgo de un colgante bastante
interesante que fue estudiado
por Martin de la Cruz y Sánchez Romero,
publicado en el 2004.
Para el
conocimiento del lector el cerro del Cabezo de Córdoba es una eminencia que
encontramos detrás del cortijo de Benazurerita, tiene una altura 336 metros,
domina los pequeños valles formado por el arroyo Salado y Gurruñaga. Aunque su
altura no resulte exagerada (Castro 227m.) esta prominencia se ve desde casi
toda la campiña cordobesa. El estar aislado de otras alturas y sus abruptas
pendientes provoca una visión de mucha más altivez de la que ostenta.
Su cima es plana con unas medidas de unos 60X40 metros.
Por los
restos recogidos en superficie los investigadores sitúan en el Eneolítico la
primera ocupación de la meseta. Estuvo poblado hasta época ibérica no llegando
a ser ocupada por los romanos que prefirieron elevaciones más suaves como
demuestra los restos de esta época hallados por sus alrededores. Cerámicas a manos, bruñidas y
pintadas tipo Carambolo, hojas de sílex y restos de sillares los podemos
encontrar esparcidos por toda su falda.
El colgante
descubierto en superficie es de cornalina (1) un material exótico e inexistente
en la península ibérica, lo que atestigua el contacto de sus pobladores con los
primeros navegantes fenicios llegados a las costas andaluzas.
Estas piezas
son muy comunes en el antiguo Egipto, donde con toda seguridad se fabricaron. Como
se trata de un objeto pequeño fácil de trasportar no es raro encontrarlos por
todo el Mediterráneo, además de la península ibérica se han encontrado en
Israel, Chipre, Grecia y en las Islas Eolias. En España se tiene constancia del
hallazgo de una decena de estas joyas, ligadas las mayoría a un contexto
fenicio-tartesico.
En todo
caso, esta pieza a demás de demostrar el contacto del pueblo fenicio con los
habitantes de la campiña castreña servía a la persona que lo portaba,
generalmente de la elite local, para definir
su status superior al controlar los
contactos y los objetos llegados de exterior y su redistribución.
La última
vez que visité la zona el aspecto había cambiado por el inevitable avance del
cultivo del olivo sintiendo un profundo malestar al ver un yacimiento
intacto de miles de años, que gracias a sus
abruptas pendientes se había mantenido de erial, hoyado sin control alguno.
Diego L.
Urbano Mármol.
(1)
Cornalina es un mineral, variedad de la calcedonia, de color rojo, usado comúnmente como piedra
semipreciosa. Es una piedra
energizante; ya que por fuera es color plata y por dentro es roja. Se le
llama también la piedra sanguínea.
2 comentarios:
Lamentablemente no hay presupuesto para tantas riquezas arqueológicas como tiene España haya donde busques. En Valencia tenemos varios poblados Ibéricos, la mayoría apenas desbrozados, aunque hay que reconocer, que otros como "Les Bastidas", junto a Mogente se han catalogado muy dignamente. Esperemos tiempos mejores con mayor interés por nuestra cultura.
Si Marcos, pero hasta que lleguen tiempos mejores mejor será dejadlos bajo tierra. A no ser que estén en peligro y habría que atenderlos de urgencias. Yo recuerdo antiguamente que cuando un yacimiento se encontraba en esta situación, se paraba la obra y podía estar así un montón de años. y es que el estado no puede hacer frente a estas contingencias y obliga al propietario a realizarlas y si el gañán está tieso de pasta se hará centenaria la espera. Saludos.
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