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Si notais que llevo mucho tiempo sin escribir, posiblemente me esté pasando la mismo que le ocurrió a García Birlán.
"El deber me ordena que os dedique esta crónica y la pluma se niega a escribirla. Se amontonan las notas en mi imaginación y la péñola no sabe darles forma. Esfuerzo el pensamiento, concibo ideas, bullen las palabras en la mente y aun permanecen blancas las cuartillas."

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¿Un cateto escribio esto?:

Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río , la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.

Cervantes en su vivir .

Jean Canavaggio

domingo, 9 de enero de 2011

Camilo José Cela y Castro del Río.



Tobogán de hambrientos de Camilo José Cela:
Esta novela, que tiene forma de pescadilla que se muerde la cola, es la esencia misma del Cela más castizo y popular, del Cela que recrea magistralmente el bullicio de la gente en el carrusel de las calles, los barrios y los pueblos, ese incansable y palpitante hormigueo que nunca se detiene. Humor, desgarro, ternura, esperpento, inteligencia, poesía, todos los ingredientes de los apuntes carpetovetónicos se amalgaman aquí en un acabado ejemplo de un estilo literario que es ya un clásico de nuestras letras. Lecturalia

Dos de los personajes son castreños. Paquita de Castro del Río y su madre Paca Roldán, viuda de Navajas.
Paquita de Castro del Río era el nombre artístico, en realidad se llamaba Paquita Chamorro Carchelejo. Paquita era una morenaza que cantaba como los ruiseñores. Su vida laboral fue variopinta con entradas y salidas en el mundo del arte. Los inicios fueron como repartidora a domicilio de tejeringos, luego fue artista flamenca, pero un banquetazo de su novio; vividor y torero de salón; la dejó coja, se retiró y pasó a trabajar de señorita para todo en una fonda, su voz prodigiosa la llevó de nuevo a trabajar en los escenarios. La ficharon para trabajar en el espectáculo Oriiflamas de España. La Paquita es muy flamenca, temperamental, morena como un cuervo, con genio (montaraz) y bizca solo cuando le hacía ojitos su novio, por lo visto este defecto en los ojos le venía de haber comido escabeche en mal estado.
A su madre le decian Paca Mahoma en el pueblo y era la propietaria del puesto de churros en Castro del Río desde que enviudó de Rafael Navajas Linares muerto por comer berberechos en mal estado, antes de casarse era “señorita torera”; misterios de la vida que la Paquita según el registro resultara ser hija legítima.
Paca Mahoma casó siendo viuda lozana con el representante de su hija Romualdo Ramírez.
Afincados en Castro del Río, el matrimonio se mantenía bien de la fabrica de tejeringos “El don Romualdo y la Paca Mahoma, por la Virgen de la Salud, patrona del pueblo, se gastan sus buenos duros en no privarse de nada.”
En Castro, los señoriítos invitaban a don Romualdo a vino para que se animara y se sacara el ojo de cristal, haciéndoles bromas a las señoras y a los forasteros.
Incluso una noche durmió en la "jiguerilla", porque atajado y muy animado prorrumpió gritos subversivos que molestaron a las autoridades locales.


Pego un comentario interesante que he recogido. Firmado por emiliomoro 25-11-2008.

Si un mérito hay que reconocerle a Cela (al margen de los propiamente literarios) es el de haber sabido llevarse bien con todos los gobiernos habidos en España desde la instauración del franquismo. Cayó bien a todos y de todos supo sacar partido, hasta ser nombrado miembro de la clase nobiliaria española y conseguir, por obra y gracia no se sabe muy bien de qué, el premio Nóbel de literatura. En esta obra que nos ocupa, Cela revive el espíritu de “novela coral” que tan buenos resultados le dio con “La colmena”. Aquí no se trata de un lugar y un tiempo, como era el café de la posguerra civil de su más famosa novela, sino de un desfile en el sentido literal de la palabra de personajes que empiezan a circular en el primer párrafo hasta llegar a la primera mitad del libro, momento en que se comienza a dar marcha atrás y a recorrer a los mismos personajes en sentido inverso, contándonos, en ambas partes, las anécdotas de cada uno, esas historias trufadas de una ironía más bien bestial de la que Cela era un maestro consumado. El sentido del humor bulle por todas partes en este libro, que no es una novela ni nada que se la parezca, sino un mero entretenimiento de un hombre que tenía la seguridad de poder publicar casi cualquier cosa que escribiera, y así se permitió redactar una novela, “Cristo Versus Arizona”, en la que no había ni un solo punto aparte o seguido. “Tobogán de hambrientos” es una visión de la España de los años sesenta, con unos personajes de nombres imposibles (ojo a la Comemuertos, amigos) de los que se nos cuentan unas peripecias que no llegan al rango de aventuras pero que entretienen como tales. Una obra de las consideradas “menores” del fallecido autor gallego y que no estaría mal que la gente rescatara del olvido. Cierto que se ha encumbrado a Cela igualmente que se le ha denostado, amigos y enemigos por igual, como les sucede a todos los escritores famosos, pero cierto es también que a este libro hay que reconocer un (mínimo) mérito, a saber: el de hacerse entretenido

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